Los lectores sienten mucho respeto por los periodistas de investigación, pero de ver tantas películas quizá se imaginen que son personas que un día, en un bar, ven cómo alguien dobla sospechosamente la servilleta y de ello deducen, como Sherlock Holmes, que ahí se esconde un gran secreto. Tiran del hilo y al cabo de un año publican una exclusiva que hace caer un gobierno.
No es lo que suele pasar. Lo siento. Más bien es como he dicho antes: alguien muy cabreado, muy desilusionado o pirado filtra un documento a la prensa, alguien con acceso a información confidencial restringida.
Los buenos periodistas investigadores son los que tienen la paciencia de fijarse en ese documento, contrastarlo, rastrear el origen y publicarlo con todas las pruebas.
Y ahí es donde fallamos la mayoría: primero, porque es muy caro tener un periodista investigando un tema durante meses. Muy caro porque mientras tanto no produce noticias y la maquinaria del periódico o de la cadena de televisión no tiene tanta paciencia.
Y segundo, porque aunque el medio tuviera esa paciencia, quien no tiene esa cualidad es el propio periodista pues prefiere lo facilito: ir a una rueda de prensa y sacarse la mininoticia del día.
Admiro a los reporteros pacientes y a los jefes que confían en ellos. Lo malo es que cada vez hay menos animales de esa clase porque la crisis económica obliga a echar muchos periodistas a la calle, de modo que quedan en las redacciones tienen tanto trabajo, que no se pueden ocupar de investigar nada.
Y por supuesto, hay que tener instinto para decir "aquí hay un tema digno de investigar". Cuando el contable de Filesa, la empresa que obtenía financiación para e PSOE en los años noventa, se presentó en un medio catalán para contar todos los entresijos, nadie le hizo caso. Se fue a El Mundo y aquí si le hicieron caso. Resultado: gran exclusiva.
Las grandes investigaciones periodísticas de la historia proceden así: alguien cabreado o molesto filtra la información. Los famosos "papeles del Pentágono" que mostraban el desastre de las Guerra de Vietnam, los filtró Daniel Ellsberg, un economista y militar que manejaba documentos secretos. Los estuvo fotocopiando durante un año y los filtró a The New York Times.
Años después, cuando un agente del FBI cabreado porque no se le había ascendido filtró documentos a The Washington Post, se produjo la caída de Richard Nixon pues se demostraba que el presidente de EEUU espiaba a sus adversarios políticos de forma ilegal poniendo micrófonos en un hotel. Los periodistas fueron guiados por "garganta profunda". Se fiaron de esta fuente y triunfaron. Era el caso Watergate.
La prueba de que el periodismo de investigación funciona por filtraciones anónimas que surgen casi por azar, es que Wikileaks ha triunfado.
Esta web afirma que garantiza la confidencialidad de todo aquel que quiera filtrar documentos importantes. Miles de personas envían documentos a esta web y esta web los filtra a grandes medios del mundo sin mencionar de dónde han salido.
Es decir, Wikileaks se ha convertido en la gigantesca recepción planetaria donde la gente anónima deposita sobres con documentos secretos. Wikileaks entonces llama a alguien, a unos periodistas y dice: "Alguien anónimo ha dejado esto aquí".
No hay comentarios:
Publicar un comentario