Hace unas semanas, me invitaron a dar las dos sesiones inaugurales del Master de Periodismo de El Mundo. Expliqué a los alumnos la necesidad de usar todos los recursos literarios para captar la atención del lector en el primer párrafo.
Yo me refería a empezar con intriga, con suspense, con interés, paradoja, contradicción e incluso, empezar un artículo como si se tratara de una novela de Frederic Forsyth
Entonces, un alumno levantó la mano y dijo. "Bueno, eso quizá sirva para algunos géneros, pero cuando hay que ser serios como en el periodismo científico, ¿hay que usar también esos trucos literarios?". Él lo ponía en duda.
Y cuando el alumno se sentó, saqué de mi mochila un ejemplar de una revista científica. Se trataba de Investigación y Ciencia, que es la versión española de la revista norteamericana Scientific American.
Para entendernos, no es una revista para novatos, ni para personas que quieran asomarse a la ciencia. Es una revista para expertos, para gente con bastante conocimiento de medicina, astrofísica o antropología. Una revista para científicos.
Y entonces me puse a leer por azar los primeros párrafos que encontré, no sin antes mencionar en voz alta el nombre del autor y el título del artículo. Por ejemplo, John Elefteriades, escribía un artículo titulado "Cuando el aneurisma se complica", y empezaba así:
"Me disponía a disfrutar del primer sábado radiante de primavera cuando recibí la llamada de Lawrence Cohen, cardiólogo y compañero de la Universidad de Yale. Parecía aterrado. "Necesito tu ayuda, John. En el servicio de Urgencias. Ven enseguida. Se está muriendo, John. La estoy viendo morir".
Pasé unas páginas, y leí lo siguiente en un artículo de Glenn Starkman y Dominik Schwarz titulado "Disonancia cósmica":
"Imaginemos una orquesta de tamaño prodigioso que llevara tocando sin parar 14.000 millones de años. E imaginemos que la primera impresión que nos produjese fuera de armonía, pero que, al prestar más atención, percibiésemos que la tuba y el contrabajo interpretaban una partitura diferente.
Eso mismo sucede cuando se 'presta oído' a la música del universo, el fondo cósmico de microondas..."
Había más artículos. Por ejemplo, este titulado "Orígenes de la complejidad animal" escrito por David Bottjer. Dice así:
"En ese camión va un bilateral", me dijo Jun-Yuan Chen, mientras el vehículo desaparecía en un recodo de la carretera. Con Chen, paleontólogo de la Academia China de las Cuencias en Nanjing, y Stephen Q. Dornbos, por entonces de la Universidad de California del Sur, acababa de recolectar un cargamento de rocas negras en un yacimiento de 580 a 600 millones de años de antigüedad, de la provincia china de Guizhou. Chen estaba seguro de que contenían algo importante".
Cosmos, paleontología, medicina... Los artículos están cuidados con esmero para que un médico entienda la pieza de paleontología, y un paleontólogo, comprenda uno de astrofísica. Porque todos no sabemos de todo, pero tenemos una curiosidad cósmica, el sentimiento fáustico que nos impulsa a saber un poco de todo.
Los artículos luego se sumergen en explicaciones más complejas, y aunque muchos párrafos profundizan tanto que a los legos les resultan difíciles de asimilar, en conjunto, uno saca una idea bastante acertada de su contenido.
No sé si los editores de Scientific American recogen los artículos, los cocinan, les dan ese toque y luego los envían a imprimir. Puede ser. Es una característica del periodismo americano editar los artículos para que se entiendan, provengan de científicos, de políticos o de quien sea.
Lo importante es que detrás de ello, hay un esfuerzo singular por ser claros, por llegar a un público mayor, pero sobre todo, por informar o formar con entretenimiento. Si se puede hacer eso con cuestiones científicas de altura, ¿quién ha dicho que no se pueda hacer con cuestiones jurídicas o económicas?
(Los artículos pertenecen al número de octubre de 2005 de Investigación y Ciencia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario