sábado, 19 de noviembre de 2011

Técnica del obituario: cómo escribir sin parecer más importante que el muerto

No recuerdo la primera vez que escribí un obituario. Recuerdo uno de los primeros. Fue sobre Armand Hammer. El millonario americano de 92 años había fallecido a finales de 1990. Yo estaba en la sección de Economía de El Mundo y se requería alguien que contara la vida de este hombre.

Hammer era un tipo particular. Se había hecho famoso por comerciar con la Unión Soviética. Era el yanqui preferido de los comunistas. Había tenido una existencia basada en comprar y vender, en invertir con olfato. Era dueño de Occidental Petroleum, una empresa petrolífera que le hizo multimillonario.

Así que, después de investigar (supongo que de encontrar recortes de papel y consultar enciclopedias porque no existía internet) escribí el obituario.

¿Hay una técnica?
Creo que sí. Hay que transmitir la vida de una persona, sus logros, sus hazañas, sus tropiezos, fracasos, miseria, amores... Y la era en la que vivió.
En el caso de Hammer, se me ocurrió comenzar con un largo párrafo. Era la enumeración de los acontecimientos históricos que le tocó vivir. Eran tantos, que eso daba la idea de su longevidad.

Desde entonces, creo que lo único que debe brillar en un obituario es el estilo. El estilo debe hacer brillar el obituario.

¿Por qué me empeño en decir esto?
Porque los obituarios escritos por personas que conocieron estrechamente al fallecido, corren el riesgo de convertirse en 'Mirad qué importante soy yo, pues conocí al fiambre'.

He visto muchos obituarios donde lo único que se pretendía hacer brillar eran las emociones del escritor, del reportero, del autor del obituario. El fallecido quedaba en segundo término.

En este caso, recomiendo a las personas que van a escribir un obituario, que sean extremadamente secas, casi frías... Así el lector recibe la impresión de que le están contando la vida de una persona, desde un punto de vista honestamente verdadero.

Estoy hablando de escribir un obituario, no de un 'in memoriam'. Eso es otra cosa. Si nos piden un recuerdo de alguien a quien conocimos estrechamente, no hay más remedio que mezclar emociones personales con trazos de la vida de la persona que se fue. Así lo hicimos un montón de amigos de Julio Anguita Parrado, fallecido en la guerra de Irak.

Pero cuando se habla de llenar la columna del obituario de un periódico, lo peor que puede pasar es que esté escrita por alguien que le conoció de forma cercana.

Si le odió, hará un artículo vengativo. Si le amó, entonces será un panegírico. Y si le conoció más o menos, entonces, hay muchas probabilidades de que intente sobresalir, hacerse la importante ('recuerdo cuando tomé café con él, y me confesó: Juan, soy infeliz').

Os dejo aquel obituario que escribí de Armand Hamer.




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